Pablo Gómez
La reciente decisión de la UE de congelar 8 de los 35 capítulos que conforman el proceso de negociación sobre la adhesión de Turquía a la Unión, vuelve de nuevo a situar a este país en la encrucijada, en ese lugar donde se juntan y cruzan varios caminos, sin saber cuál seguir. Pero esta encrucijada a la que metafóricamente me refiero no es exclusiva de Turquía, que se ve en ella no precisamente desde hace poco tiempo a causa de sus peculiaridades geográficas, sociales, políticas y económicas; sino que es también la propia UE la que está en ella, y la que ha puesto en evidencia sus debilidades internas e intrínsecas en estas últimas semanas optando por una huída hacia adelante y por pasarle el problema al país candidato, lo que ha evidenciado aún más si cabe el callejón sin salida al que se ha visto abocada la propia Unión Europea, y la debilidad de su posicionamiento.
La reciente decisión de la UE de congelar 8 de los 35 capítulos que conforman el proceso de negociación sobre la adhesión de Turquía a la Unión, vuelve de nuevo a situar a este país en la encrucijada, en ese lugar donde se juntan y cruzan varios caminos, sin saber cuál seguir. Pero esta encrucijada a la que metafóricamente me refiero no es exclusiva de Turquía, que se ve en ella no precisamente desde hace poco tiempo a causa de sus peculiaridades geográficas, sociales, políticas y económicas; sino que es también la propia UE la que está en ella, y la que ha puesto en evidencia sus debilidades internas e intrínsecas en estas últimas semanas optando por una huída hacia adelante y por pasarle el problema al país candidato, lo que ha evidenciado aún más si cabe el callejón sin salida al que se ha visto abocada la propia Unión Europea, y la debilidad de su posicionamiento.
Turquía ha dado en el clavo al denunciar que la UE es prisionera de los grecochipriotas, aunque para ser más exactos deberíamos decir que es prisionera no sólo de Chipre, sino de todos aquellos países y fuerzas internas a la UE que no desean ver a priori una Turquía de pleno derecho en la UE (Chipre, Grecia, Austria, Alemania, Francia...), pero que tampoco quieren darle un portazo a Ankara por lo que les pudiera ir en ello. Y bien que lo saben. Resulta paradójico que países antaño aliados de los turcos como Francia o Alemania sean hoy día los que presentan mayores recelos, mientras que otros como España o Italia, que en tiempos se batieron contra los otomanos en Lepanto, sean ahora los máximos adalices de su incorporación a la UE. Pero la Turquía de hoy en día es muy diferente de la de entonces, y también lo es Europa. Y sin embargo, ambas lastran problemas que, lejos de solucionarse, han ido postergando hasta llegar a este punto del camino en el que nos encontramos.
Uno de los principales problemas de la Unión Europea es que la PAC (la política agraria común) continúa siendo una de las principales bocas con que alimentar el presupuesto comunitario, y eso condiciona todos los ámbitos de decisiones y, como no, el político. Hace pocos días lo evidenciaba el presidente Frances Jacques Chirac, que decía que la PAC no debía ser la víctima de las ampliaciones (muchos miedos de Francia sobre Turquía vienen de aquí), pero que a la vez reconocía que existía un grave problema institucional en la UE, problema que las negociaciones con Turquía no han acabado sino poniendo en evidencia. Desde sus primeros tiempos fundacionales, con la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) primero y la Comunidad Económica Europea (CEE) después, los "Estados Unidos de Europa" siempre han profundizado en las reformas de corte económico liberal, abriendo mercados y levantando aduanas, mientras las reformas políticas de base, reformas que hubiesen servido para democratizar realmente una Europa de ciudadanos que se sienten totalmente alejados y ajenos a sus instituciones, además de para facilitar y ordenar la toma de decisiones, se han ido postergando. Para encubrir este fracaso de esa idea de Europa que en el ideario no se limitaba a lo económico, pero que en la práctica ahí se quedaba, la salida más fácil era la huida hacia adelante, la expansión hacia todos aquellos países que pedían entrar en el club rico europeo. Pero esta "solución" sólo ha contribuido a agravar y complicar aún más los problemas de unas instituciones obsoletas, con competencias solapadas y una burocracia hinchada, que fueron diseñadas para una unión mucho más sencilla y, sobre todo, con muchos menos miembros. La UE a 25 es, hoy por hoy, una Torre de Babel casi imposible de dirigir e incapaz de tomar decisiones... y eso, en estos tiempos que exigen decisiones rápidas y difíciles, puede ser hasta peligroso.
Otro problema que se ha presentado a la UE es el contencioso sobre Chipre, que como tantas otras cosas se prefirió en su día cerrar en falso y seguir hacia adelante, en lugar de poner de una vez soluciones sobre la mesa. Esas soluciones, equilibradas y con decisiones justas, consensuadas y aceptadas por ambas partes (Grecia y Turquía) hubieran sido factibles antes de la entrada de la República Griega de Chipre en la Unión en 2004, poco después del fracasado referendum auspiciado por la ONU en el que los grecochipriotas rechazaron la unificación con la parte turca de la isla; pero en lugar de eso la UE optó por incluir a un Chipre dividido (sólo a su parte griega) como miembro de pleno derecho, aun cuando las conversaciones con Turquía estaban ahí y venía siendo una candidata potencial desde hacia décadas. Era sólo cuestión de tiempo que el problema de Chipre saliera a la luz, el tiempo que tardase la UE en exigir a Turquía que aplicase el Protocolo de Ankara, que Turquía firmó a condición de excluir a Chipre: de nuevo, se miró entonces para otro lado y se siguió hacia adelante... Ahora los grecochipriotas están en la Unión con todos los derechos, incluido el derecho a veto, y cualquier solución sobre la isla habrá de ser de su conformidad; esa es una posibilidad que no tiene Turquía, y por lo tanto la solución sobre el futuro de la isla no puede ser planteada en el contexto de las negociaciones sobre la adhesión: no puede ser de igual a igual, ni mucho menos justa. Y esa situación es la que ha denunciado Turquía. Cuando Ankara ofreció abrir sus puertos y aeropuertos a los grecochipriostas, a cambio de que se hiciese lo propio con los de la parte turca de Chipre y de una nueva intervención de la ONU en el problema con el apoyo de la UE, nadie en la Unión Europea se cuestionó la postura de Atenas o de Nicosia respecto al problema; nadie pensó en la racionalidad de la propuesta turca, que pedía por enésima vez el amparo de la ONU; nadie pensó en la locura que llevó a la división de la isla en 1974, cuando un golpe de militares griegos partidarios de la ENOSIS (la unión con Grecia, basada a su vez en el Panhelenismo griego) obligó a la intervención de Ankara para proteger a la pisoteada minoría turca... Turquía no pedía limosna, sino soluciones equitativas. Pero los grecochipriotas no quieren ni oir hablar de la ONU, porque saben que las posibles soluciones no incluyen ni la unión con Grecia ni la subyugación de la población turca de la isla al gobierno griego; de ahí que constantemente se apele al miedo, y que la reacción de Nicosia fuera decir que Turquía estaba tratando de engañar a la Unión, postura que encontró eco rápidamente entre los detractores de Turquía en la UE. Una Unión Europea que se estremece en sus cimientos y mira con recelo ante la llegada del vecino "musulmán", pero que permanece impasible y tuerce esa misma mirada ante la proliferación de personajes como Le Pen, Jörg Haider o Sarkozy en su seno.
El dilema se le plantea también a Turquía, ese país lleno de contrastes que siempre mantiene un pie en Oriente y otro en Occidente. Si bien la población turca mayoritariamente sigue apostando por la entrada de Turquía en la UE como garantía de progreso y democratización, la gente se queja cada vez más -y a veces con razón- de las continuas exigencias de Bruselas en un proceso plagado de obstáculos e inconvenientes. Los turcos ya se sienten parte de Europa (al fin y al cabo, su imperio ocupó toda Europa Oriental hasta el siglo XIX), pero cada vez son más los que piensan que tal vez no sea necesario entrar en el club de la UE para gozar de sus ventajas. Hay otros países europeos que no lo han hecho, sin grandes consecuencias. Paradójicamente, y al contrario de lo que se pueda pensar en Europa, son los islamistas los mayores partidarios de la entrada en la Unión, porque eso les permitiría una mayor libertad religiosa; los kemalistas, por el contrario, herederos ideológicos de Mustafá Kemal Atatürk, ven cada nueva exigencia de Bruselas respecto a las leyes turcas una oportunidad para que los partidarios de una mayor presencia del Islam en la vida pública recuperen terreno. El actual primer ministro Recep Tayyip Erdoğan es un islamista moderado en el que confluye esa paradoja en la que vive actualmente Turquía, esos dos caminos que se van a cruzar -de nuevo- en la encrucijada turca: por un lado se busca realizar las reformas necesarias que permitan la convergencia con los parámetros políticos y sociales vigentes en la UE, y por otro lado se desea profundizar en la recuperación para el Islam de la sociedad y la vida pública de Turquía. Todo ello bajo la atenta mirada del omnipresente retrato de Atatürk, "padre de los turcos", cuyos ideas aún siguen teniendo un peso muy específico para buena parte de la sociedad turca, especialmente en el ejército. Y es que cuando en Europa se oye hablar de la recuperación del Islam en Turquía se piensa en Irak o en Siria; pero cuando nos referimos a Turquía, tales palabras suponen algo tan simple como que las mujeres de la administración puedan llevar pañuelo en la cabeza si lo desean, por poner un ejemplo. Tal es el legado de Atatürk, cuyas decididas y drásticas reformas tras la I Guerra Mundial sacaron a Turquía del caos del sultanato y le evitaron el desastre que hubiera supuesto la ocupación por las potencias europeas que auspiciaba el Tratado de Sèvres. Para evitar aquello Atatürk pensó que lo mejor era emular a aquellas potencias y mirar hacia Occidente, y eso pasaba por relegar a la religión al papel íntimo y eliminar cualquier vestigio de su presencia en la vida pública. Tales medidas, radicales y forzosamente impuestas para una sociedad que hasta entonces se había regido por el Califato y la Sharia (el propio Atatürk rechazó como absurda la propuesta de convertirse en el nuevo Califa), seguramente fueron necesarias en una época en que la sociedad turca estaba muy influenciada por su más inmediato pasado, una época crucial de transformaciones de tal calado como pocos países en el mundo han vivido... Pero aquel espíritu también ha propiciado -o al menos justificado en boca de sus autores- golpes de estado de los militares cuando estos han visto peligrar el laicismo, o leyes contra la minoría kurda (ahora afortunadamente abolidas)... El propio sistema electoral turco, propugnado por el mismo Atatürk para evitar la llegada al parlamento de separatistas kurdos o de islamistas (exige tener al menos el 10% de los votos para obtener representación parlamentaria, lo que posibilita una mayoría con sólo el 20% de los votos), ha provocado en las últimas décadas escenarios políticos muy complicados, aprovechados -paradojicamente- por los islamistas más exigentes para hacerse con el poder, lo que a su vez ha servido de excusa a los militares. El propio AKP de Erdoğan (Partido Justicia y Desarrollo) es un ejemplo, al gobernar con mayoría absoluta con un 34% de los votos. Las contradicciones propias de la herencia de Atatürk no son, sin embargo, más que un reflejo de la propia Turquía. Quizás el futuro pase por revisar ese legado, abiertamente, sin miedos... algo que sería impensable para Turquía sin el respaldo democrático de la UE, atenta a cualquier movimiento de los militares turcos.
Hoy por hoy la idea de una Turquía en manos de fundamentalistas islámicos, que tanto preocupa a algunos en Europa, es una quimera sin sentido; no sólo por la herencia innegable de Atatürk, sino por la propia esencia heterogénea de los turcos, y su caracter afable y tolerante. El propio Erdoğan tiene que ver mucho más ideológicamente con la democracia cristiana europea, y su victoria en las últimas elecciones turcas (las próximas serán en mayo de 2007) no fue sino un exponente del descontento de la sociedad turca con los partidos políticos tradicionales. A pesar de ello, en Europa aún nos echamos las manos a la cabeza cuando asociamos Turquía con Islam, y nos apresuramos a juzgar -con la ayuda de muchos medios de comunicación poco interesados en informar- a 10.000 excéntricos seguidores del Partido de la Felicidad manifestándose contra la visita del Papa en Estambul (una urbe de 15 millones de habitantes) como si de un reflejo de la sociedad turca se tratase...
Son muchos los prejuicios -e intereses ocultos- que ambas partes deben vencer, pero cada vez está más claro que el futuro de la UE pasa por Turquía, al igual que el de Turquía pasa por la UE. Son sin embargo numerosos los obstáculos en el camino, y numerosos también los movimientos en ambos lados interesados en que tal encuentro no ocurra. Otra vez, Turquía -y Europa- en la encrucijada de caminos. Y como dos enamorados confundidos, ambos se necesitan el uno al otro... Pero ambos temen acercarse.
© 2006 www.turquialapuertahaciaoriente.com - Todos los derechos reservados
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