Publicado el 10 de diciembre de 2006, en el blog de Francisco Veiga
La revista "Newsweek" correspondiente a esta misma semana en curso (11 de diciembre de 2006) dedica su negra portada a una embarazosa pregunta, en grandes titulares: “Who Lost Turkey?”. La pieza principal que acompaña a tal interrogante está firmada por Owen Matthews y señala: “Europe Has Botched Its Grand Strategy – And Will Pay the Price”. No cabe duda de que la situación ha devenido delicada. El autor insiste en que el descarrilamiento de las negociaciones con el candidato turco pueden hacer que se le caigan encima a Bruselas todos los vagones que componen la UE. No le falta razón: a estas alturas, el fracaso daña mucho más al club europeo que a Turquía: aquí puede cambiar el gobierno, la situación política incluso sería susceptible de experimentar cierta regresión. Pero en Bruselas, tras el fracaso en el intento de aprobar una Constitución común, seguido por la incapacidad de controlar a los "socios gamberros", la impotencia a la hora de ponerse de acuerdo sobre las negociaciones con Turquía señalan un punto y aparte en el desgobierno de la UE.
La revista "Newsweek" correspondiente a esta misma semana en curso (11 de diciembre de 2006) dedica su negra portada a una embarazosa pregunta, en grandes titulares: “Who Lost Turkey?”. La pieza principal que acompaña a tal interrogante está firmada por Owen Matthews y señala: “Europe Has Botched Its Grand Strategy – And Will Pay the Price”. No cabe duda de que la situación ha devenido delicada. El autor insiste en que el descarrilamiento de las negociaciones con el candidato turco pueden hacer que se le caigan encima a Bruselas todos los vagones que componen la UE. No le falta razón: a estas alturas, el fracaso daña mucho más al club europeo que a Turquía: aquí puede cambiar el gobierno, la situación política incluso sería susceptible de experimentar cierta regresión. Pero en Bruselas, tras el fracaso en el intento de aprobar una Constitución común, seguido por la incapacidad de controlar a los "socios gamberros", la impotencia a la hora de ponerse de acuerdo sobre las negociaciones con Turquía señalan un punto y aparte en el desgobierno de la UE.
Y lo peor: todo ello está sucediendo porque los turcos llevan razón en la mayor parte de sus posturas. De entrada, porque tal como se dice en Ankara, Europa es en buena medida, rehén de los grecochipriotas. En la primavera de 2004, ellos sabotearon el Plan Annan de la ONU para la reunificación de la isla, y la UE no supo ni quiso hacer nada para enmendar la situación. Ha sido necesario que el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdoğan ofreciera la apertura de un puerto y un aeropuerto turcos a las naves grecochipriotas, para que por fin la prensa europea se dignara explicar la esencia del conflicto en curso.
El 18 de noviembre pasado, el diario "El País" publicó y encuadró una carta al director formada por el periodista español Andrés Mourenza, residente en Estambul, que decía así: "El pasado lunes me sorprendió sobremanera no encontrar ni en la prensa ni en los medios españoles una sola referencia a una frase bastante importante pronunciada por el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdoğan en la rueda de prensa que el día anterior había ofrecido junto al presidente del gobierno español. Las palabras de Erdoğan -retransmitidas en directo por las televisiones turcas- fueron: "KKTC´ye uygulanan izoslayonlar kalksın, biz limanları da açarız, havaalanlarını da acarız" [Que se levante el actual embargo de la República Turca de Chipre del Norte y nosotros abriremos los puertos y aeropuertos (al comercio con la República de Chipre)]. Esta frase fue tomada por toda la prensa turca como un cambio de actitud más favorable al plan finlandés que propone la apertura bajo supervisión internacional del puerto turcochipriota de Famagusta a cambio de la aceptación de transacciones comerciales turcas con Chipre. Sin embargo, en esa rueda de prensa, algo se debió perder en la traducción española, o quizás sea que interesa más repetir los esquemas habituales sobre el gobierno "islamista" de Turquía. Por cierto, ese mismo día, el presidente del Partido Popular Europeo, Hans-Gert Pöttering, participó en el congreso del partido de Erdogan, ya que su organización es miembro observador del grupo conservador europeo".
En efecto: la prensa occidental se dedicó a ningunear que tras el fracaso del plan Annan, el Consejo se había comprometido, en abril de 2004, a trabajar para poner fin a la separación de Chipre. Ello incluía la restauración del comercio directo entre las dos comunidades y una ayuda financiera a la República Turca del Norte de Chipre (en torno a los 240 millones de euros) que no se han llevado a cabo. Ahora, dado que el ofrecimiento de Erdoğan se vinculaba a la ejecución de las promesas hechas por Bruselas, la prensa y la diplomacia europeas se han visto obligadas a mencionar el asunto en sus columnas y declaraciones. Y es que, en fecto, la UE tiene que mojarse en el conflicto chipriota, ha de intervenir presionando a uno de sus miembros más díscolos y patrióticamente egoístas, en vez de ceder a la pusilanimidad, encogerse de hombros y pasarle la factura a Turquía para que pague de su bolsillo todos los vidrios, incluyendo aquellos que rompieron los demás. Sabe muy bien lo que dice el primer ministro belga Guy Verhofstadt cuando argumenta, a quien le quiera escuchar, que la Unión Europea debe apresurarse a desterrar la regla de la unanimidad en la toma de decisiones y adoptar la llamada "claúsula pasarela" que daría paso a la mayoría cualificada. Mientras la regla de la unanimidad continúe en vigor, La UE se arriesga a seguir el camino de la decadencia que sufrió la República de los Nobles polaca en el siglo XVIII, es decir, terminará presa de los mezquinos intereses egoístas de los socios más pequeños y de la cínica política de sabotajes de los grandes.
Los grecochipriotas no desean la reunificación de la isla ni que Turquía acceda como miembro de pleno derecho en la UE. Trabajan consciente y activamente en esta doble dirección y hasta ahora han intentado disimularlo, pero la propuesta de Erdoğan, que consideraban imposible, aflojó los nervios del ministro de Asuntos Exteriores, el cual no dudó en amenazar colectivamente a la UE: "Nicosia volverá a la línea dura si alguien en la UE intenta usar esto para limitar las sanciones que deben ser impuestas a Turquía por no cumplir con sus obligaciones" -sentenció, dejando claras las intenciones de su gobierno. Ankara recuerda, y le sobra razón, que Chipre no ha respetado sus compromisos, ni siquiera con la UE; por ejemplo, aliviar el embargo de la zona turca de la isla o negociar un nuevo acuerdo de reunificación. Si prosperan las iniciativas del pequeño y agresivo grupo de socios turcófobos, habremos de concluir que la Unión Europea está gobernada por ellos, y básicamente por un tinglado de agentes interpuestos: Francia envía por delante a Chipre, como si fuera un pequeño mastín acosador, y Alemania lleva a cabo la misma jugada con Austria e incluso Francia. Pero lo peor es la creciente constatación de que Paris estaría dispuesta a destruir a la UE antes de perder las riendas de su poder en ella.
De otra parte, uno de los aspectos más alarmantes de la diplomacia comunitaria es la tendencia a subestimar a su homóloga turca. Como hace ochenta y tres años, durante la Conferencia de Lausanne. Por entonces, la delegación turca encabezada por İsmet Bajá (más tarde devendría İsmet İnönü) logró driblar a la diplomacia británica y francesa, por entonces en el apogeo de su potencia, tras haber puesto de rodillas a los alemanes, austriacos y húngaros, derrotados en la Gran Guerra. Aquello fue un prodigio de tenacidad, cautela y astucia que logró descolocar a un despectivo Lord Curzon y al soberbio Poincaré. Lausanne fue el bautizo internacional de la nueva Turquía republicana y kemalista, y eso marcó fuertemente el estilo de su diplomacia. Algo envarada e inflexible, es cierto, pero muy curtida por tenérselas que ver, en plena Guerra Fría y aún hoy, con vecinos tan complejos y duros como los rusos, iraníes y sirios; capaz de lograr que su país sea el único de mayoría musulmana que hasta hace poco mantenía relaciones con Israel; ducha en movimientos delicados y a media luz, capaz por ello de conseguir un imposible acercamiento entre Pakistán e Israel. La diplomacia turca se las ha tenido que ver con los mismos norteamericanos en momentos difíciles, como la crisis de los misiles en 1962 o la reciente invasión de Irak, en 2003. Logró que Turquía accediera a la OTAN, ya en 1952, y que siguiera allí después de tres golpes militares; mantuvo el país a flote tras el bloqueo internacional sufrido a consecuencia de la invasión del tercio norte de Chipre, en 1974. Y sobre todo, consiguió que el país fuera neutral durante la Segunda Guerra Mundial, a pesar de las presiones ejercidas por el Eje y los Aliados. El mismo İsmet İnönü de Lausanne, defendió la neutralidad turca entre 1939 y 1945 con los conocidos argumentos referidos a la falta de preparación militar, problemas logísticos y una pobre economía; y eso incluso durante la segunda conferencia de El Cairo, en diciembre de 1943, ante Churchill y Roosevelt en persona. Según una divertida anécdota relatada por el historiador Selim Deringil, al despedirse en el aeropuerto, İnönü abrazó a Churchill en un gesto de despedida y le estampó un beso en la mejilla. El premier, muy complacido se lo comentó al ministro Eden: “¿Ha visto? İsmet me besó”. Su réplica un tanto desabrida fue que esa parecía ser la única ganancia después de 14 horas de duro forcejeo diplomático sin más resultados.
Francisco Veiga es historiador y periodista, experto en países del Este de Europa y Oriente. Recientemente ha preparado para el Ministerio de Asuntos Exteriores un informe sobre Turquía y las repercusiones de su entrada en la UE. Acaba de publicar El turco: diez siglos a las puertas de Europa, donde repasa el pasado, presente y futuro de Turquía.
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